LA SEGURIDAD DE LOS CIUDADANOS SE VE CONSTANTEMENTE AMENAZADA POR LOS ATAQUES TERRORISTAS Y POR EL DESARROLLO DE LA CIBERDELINCUENCIA SUPERANDO EL MARCO DE LAS FRONTERAS DE LOS ESTADOS NACIONES. LAS MEDIDAS ADOPTADAS POR LOS ESTADOS O LAS NACIONES UNIDAS PARA RESPONDER A ESTA AMENAZA RESULTAN HOY EN DÍA OBSOLETAS E INEFICACES PARA GARANTIZAR SU SEGURIDAD. EN ESTE NUEVO PANORAMA, EL DERECHO DE TODOS A VIVIR EN SEGURIDAD PARECE ACTUALMENTE ESTAR GARANTIZADO DESDE EL NIVEL LOCAL, EN PARTE GRACIAS A LA APARICIÓN DE REDES HUMANAS Y DE CONOCIMIENTOS LOCALES. POR SER MÁS REACTIVAS Y CAPACES DE PROPONER RESPUESTAS ADECUADAS, LAS CIUDADES SE ESTÁN CONVIRTIENDO EN LAS NUEVAS SALVAGUARDIAS QUE LAS ENTIDADES NACIONALES Y SUPRANACIONALES SON INCAPACES DE GENERAR.
por Averill Roy et Arnaud Blin |
Si comparamos el período actual con los anteriores, nuestra época podría describirse como pacífica. Sin embargo, mientras grandes partes del mundo, empezando por Europa, están disfrutando del período de paz más largo de los últimos siglos, muchas regiones están en guerras y conflictos. Por ejemplo, en 2019, se cuentan casi 50 conflictos armados en el mundo. Sin embargo, en el 30% de estos conflictos, las fuerzas de las Naciones Unidas (ONU) constituyen la principal fuente de estabilización en las zonas de guerra, a pesar de un presupuesto (7.000 millones de dólares anuales) que representa menos del 1% del presupuesto de defensa de los EE.UU. Repartidos en 14 países, cerca de 80.000 soldados y 25.000 civiles trabajan actualmente para las fuerzas de la ONU. Los Cascos Azules, como se conoce a la rama armada de las fuerzas de paz de las Naciones Unidas, han estado operando desde hace ocho décadas (la primera intervención tuvo lugar en 1948 en el Cercano Oriente).
¿ES LA ONU REALMENTE EFECTIVA EN EL MANTENIMIENTO DE LA PAZ MUNDIAL?
Durante este largo período, los Cascos Azules han tenido grandes éxitos, muchos fracasos y fracasos relativos. Estas ocho décadas de operaciones de paz dirigidas por las tropas de la ONU son un verdadero laboratorio que los observadores y expertos en situaciones de posconflicto, en primer lugar, la ONU, deberían estudiar más de lo que se ha hecho hasta ahora. Porque si atribuimos, no sin razón, los fracasos de las operaciones de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas al propio estatuto de las Naciones Unidas, un sistema de seguridad colectiva más que una supraorganización con los atributos de un Estado, cabe señalar que las operaciones no siempre se llevan a cabo con la mayor inteligencia, incluso teniendo en cuenta la limitación de los medios disponibles y los numerosos obstáculos con los que tienen que lidiar los Cascos Azules.
Las dificultades con que tropiezan las fuerzas de mantenimiento de la paz de la ONU se refieren a situaciones extremas, ya que las fuerzas de intervención y de mantenimiento de la paz son fuerzas supranacionales y trabajan en contextos de extrema tensión. Sin embargo, estos desafíos ponen de relieve los problemas que surgen cuando una autoridad externa intenta abordar cuestiones de seguridad interna sin confiar suficientemente en los actores locales (es decir, todos los implicados, no sólo las fuerzas de seguridad).
EN REALIDAD, LAS OPERACIONES DE LA ONU SUELEN CONTENER DEMASIADO LAS TENSIONES SIN LLEGAR A REDUCIRLAS REALMENTE, Y NI BIEN SE ALEJAN, LA VIOLENCIA SUELE EMPEZAR DE NUEVO.
La primera observación obvia es que el enfoque de las Naciones Unidas en cuanto a «mantenimiento de la paz» -la terminología es en sí un eufemismo ya que las zonas afectadas están más en conflicto que en paz- se basa en estrategias que con demasiada frecuencia conducen a un punto muerto; en la práctica, a una especie de statu quo negativo que rara vez satisface a las partes interesadas. Como resultado, estas operaciones simplemente evitan que una situación empeore, pero sin lograr ninguna mejora significativa.
Debido a la historia y la evolución de las fuerzas de mantenimiento de la paz y al carácter intrínseco de las Naciones Unidas, que es una colectividad de Estados que operan de manera rígidamente jerárquica (con el omnipresente Consejo de Seguridad Permanente), las Naciones Unidas se rigen naturalmente por una cultura político-estratégica que favorece un enfoque de arriba a abajo donde las decisiones importantes son tomadas por una burocracia que no necesariamente está en sintonía con la realidad local. Como resultado, en el terreno, las autoridades de las Naciones Unidas toman las decisiones mientras que las autoridades locales se limitan a cumplir las órdenes. La ONU está a menudo más en desfase con estos últimos que incluso los gobiernos nacionales o federales. Al margen de las estrategias, tal enfoque sólo puede dejar un cierto sabor a neocolonialismo: «sabemos cómo hacerlo, ¡déjenos hacer!”
Al igual que muchas de las principales instituciones creadas tras la Segunda Guerra Mundial, entre ellas las instituciones de Bretton Woods, las Naciones Unidas son un testimonio del abismo que existe entre los cuerpos enviados desde Nueva York, Ginebra o Nairobi, hojas de ruta en mano, y los hombres y mujeres, militares y civiles, que se enfrentan a las dificultades cotidianas de las zonas de conflicto y que carecen de todo. Recientemente, el escándalo provocado por el informe sobre los abusos y delitos sexuales perpetrados por algunos miembros de los Cascos Azules entre las poblaciones locales corrobora esta impresión general y exige una reformulación de la estrategia de la ONU. Si se produce esta reformulación, debería basarse más en los conocimientos locales de seguridad y menos en enfoques predeterminados establecidos por una burocracia que suele estar demasiado alejada para ver las particularidades de cada caso (y cuyos conocimientos especializados se fundamentan más en conocimientos temáticos que en competencias y conocimientos regionales, una deficiencia que, por cierto, no es exclusiva de las Naciones Unidas).
LAS REDES TERRORISTAS TRANSNACIONALES HACEN AHORA QUE LAS RESPUESTAS ESTATALES Y TRANSNACIONALES SEAN INCAPACES DE GARANTIZAR LA SEGURIDAD DE SUS CIUDADANOS
En la década post guerra fría, el nacimiento y el desarrollo de un verdadero sistema de gobernanza mundial que condujera a la creación de verdaderas entidades supranacionales con poderes políticos, jurídicos e incluso militares suscitó muchas esperanzas. Los Estados, que antes tenían el monopolio de la violencia y que, por lo tanto, podían controlarla de alguna manera, ven ahora la llegada de nuevos actores que no parecen en principio dispuestos a respetar las reglas, normas y prácticas vigentes. Entre ellos figuran la aparición de grupos no estatales que ahora pueden desafiar a los Estados y cuya falta de condición política les permite apartarse de las pocas reglas y normas que se supone regulan la guerra y protegen a las poblaciones civiles de sus efectos; la multiplicación de los Estados fallidos que caen en la espiral de la violencia; y la voluntad de algunos grupos extremistas violentos de exportar esa violencia a diversas regiones del mundo.
El hecho de que los Grupos armados No Estatales (GANE) operen independientemente de las fronteras, tengan una presencia física en varios países y sean omnipresentes en las redes sociales y en internet, demuestra que los gobiernos de los países en cuestión no pueden contener una amenaza que va mucho más allá de sus competencias y prerrogativas. Incapaces de garantizar la seguridad de sus ciudadanos, y aún así los Estados no tienen ningún recurso externo. Las Naciones Unidas, por el momento, no disponen de previsiones en este ámbito y ninguna otra institución, incluidas las instituciones regionales, está preparada para responder a este problema. Sin ninguna respuesta, los países más débiles están condenados a una violencia endémica, que tendrá más probabilidad de seguir creciendo a medida que los GANE se establezcan voluntariamente en los países más vulnerables.
Frente a este flagelo, ¿serán suficientes las tímidas propuestas de la ONU en cuanto al deber de proteger a las poblaciones? Por ahora, nada indica de que lo serán, y nada indica de que exista la voluntad de asegurar que esas propuestas, incluso cuando se adopten, se lleven a cabo realmente. La razón principal es que la seguridad de los individuos sigue siendo hasta hoy una prerrogativa de los Estados y que el mundo sigue funcionando según el principio westfaliano de respeto a la soberanía nacional. Este principio, sin duda pisoteado cuando entran en juego intereses estratégicos apremiantes, parece quedar grabado en piedra cuando las razones para intervenir en otro país sin ser invitado están motivadas por otras justificaciones como los derechos humanos.
Ahora bien, mientras la noción de seguridad individual o ciudadana permanezca artificialmente vinculada a la de soberanía nacional, es poco probable que haya muchos cambios en la forma de gestionar la seguridad global de los ciudadanos del mundo. Sin embargo, este problema sólo empeorará y llevará a más. La crisis siria y los problemas que puede haber creado deja entrever el tipo de situaciones que enfrentaremos, a una escala mucho mayor, en el futuro.
LA CONSTRUCCIÓN DE LA IDEA DEL CIUDADANO, EL ESTADO Y LA SEGURIDAD: EL INQUEBRANTABLE MONOPOLIO ESTATAL DE LA VIOLENCIA
Ya sea griego, chino o europeo, el pensamiento político siempre se ha preocupado por la seguridad del ciudadano y de la nación (en el sentido más amplio), ya sea que el ciudadano viva en una ciudad o dentro de un imperio. Pero, aunque cada tradición haya planteado el problema de la seguridad en términos similares, las soluciones propuestas han variado significativamente. Los griegos lo vieron en términos de relaciones interpersonales, los filósofos modernos en términos de contrato social, los pensadores marxistas en términos de partido de vanguardia, los confucianos en términos jerárquicos basados en el modelo familiar/paternalista. Con excepción de los griegos, todos estos modelos prevén un sistema centralizado en el que el Estado tiene el monopolio del uso de la fuerza y, por extensión, la responsabilidad de la seguridad de cada ciudadano y/o de un territorio. En la práctica, la definición de ciudadano varía según las distintas sociedades, al igual que la relación entre la seguridad del ciudadano y la del Estado.
LA PRÁCTICA OTRA VEZ, ESTA LLAMADA FUNCIÓN SOBERANA DEL ESTADO PROPORCIONA A LOS GOBIERNOS, INCLUSO EN LAS DEMOCRACIAS, PODERES INICIALMENTE LEGÍTIMOS QUE A MENUDO LLEVAN A ABUSOS, EN NOMBRE DE LA SEGURIDAD Y LA ESTABILIDAD. COMO GARANTE TEÓRICO DE LA SEGURIDAD DE SUS CIUDADANOS, EL ESTADO ES AHORA UNO DE LAS PRINCIPALES FUENTES DE VIOLENCIA CONTRA LA POBLACIÓN CIVIL.
Hoy en día, prácticamente todos los países del mundo se gobiernan según principios derivados de la filosofía política confuciana, occidental moderna y/o marxista, a veces una mezcla de dos o incluso tres de ellos. Con ese fin, la gran mayoría de los países tienen un sistema de seguridad nacional centralizado o por lo menos piramidal. El fenómeno está tan arraigado en las mentes y las instituciones que a menudo ni siquiera se les ocurre que podría existir otro sistema.
En pocas palabras, el sistema liberal, tanto en su dimensión política como económica (y, con mayor razón, social), está íntimamente ligado a una cierta concepción de la seguridad. Por consiguiente, cualquier cuestionamiento de esta noción va directo a lo que es una sociedad y un Estado, liberales. Por el momento, este tipo de cuestionamiento, al menos desde el punto de vista filosófico, no está en la agenda. Ahora bien, el único o los únicos sistemas, los que se reclaman de Marx/Engels, Lenin o Mao, que de hecho han puesto en tela de juicio los fundamentos de la democracia liberal, no han tocado realmente este aspecto particular de los regímenes liberales en la medida en que es uno de los pocos elementos que los dos sistemas tienen en común.
LA CIUDAD, BLANCO PRINCIPAL DE LAS ORGANIZACIONES TERRORISTAS
Una de las preocupaciones más apremiantes de las sociedades modernas es la violencia terrorista. El aumento de los ataques terroristas desde 1980, combinado con la acelerada urbanización del mundo en su conjunto, augura un futuro inquietante en este ámbito. Desde el nacimiento de los primeros movimientos que utilizaron el terror con fines políticos en el primer siglo de nuestra era, la ciudad ha surgido inmediatamente como el teatro privilegiado de los atentados terroristas. Y, desde ese período hasta el día de hoy, ha sido responsabilidad de los Estados responder a la violencia terrorista.
CON EL ACTUAL MOVIMIENTO DE NUESTRAS SOCIEDADES HACIA LA DEMOCRACIA PARTICIPATIVA Y LA GOBERNANZA LOCAL, EL PROBLEMA DEL TERRORISMO PLANTEARÁ INEVITABLEMENTE PROBLEMAS DE REPARTO DE RESPONSABILIDADES ENTRE LAS AUTORIDADES LOCALES -INCLUYENDO LAS ASOCIACIONES Y ORGANIZACIONES CIUDADANAS- Y LAS AUTORIDADES NACIONALES. LAS RESPUESTAS QUE SE DEN EN LOS PRÓXIMOS AÑOS PODRÍAN SERVIR DE MODELO, O CONTRAMODELO, A LAS BUENAS PRÁCTICAS E ILUSTRAR LAS POSIBILIDADES, O LOS LÍMITES, DEL MODELO MUNICIPALISTA.
¿Por qué las ciudades, y especialmente las grandes ciudades? Hay varias razones para ello, y estas razones invitan a una reflexión profunda sobre las políticas urbanas de mañana. Las razones pueden subdividirse en dos categorías. Las que pueden ser descritas como simbólicas y luego las de naturaleza práctica. Las ciudades, por un lado, son la sede de la autoridad política del Estado. Por otra parte, como fuente de la vida cultural y como memoria viva de la historia de una región o de una nación (o de un imperio), albergan una concentración de múltiples símbolos, empezando por sus edificios, sus obras de arte públicas, sus lugares de culto. Desde un punto de vista práctico, es en las ciudades donde se concentran las multitudes, por lo tanto, blancos «blandos» como decimos hoy no sin cierto cinismo, y ofrecen mayor libertad de acción que las zonas rurales para aquellos cuyo objetivo es sembrar el terror. Lógicamente, por lo tanto, es tradicionalmente en las grandes ciudades cargadas de símbolos donde se producen la mayoría de los ataques terroristas. París, Londres, Madrid o Nueva York, por ejemplo, todas encarnan a su manera los aspectos más gloriosos de la cultura occidental – arte, democracia, industria – pero también los más abyectos: dominación, arrogancia o, para algunos, deterioro del orden moral y religioso.
Por ello, es como símbolo de un Estado, una nación o una cultura que la ciudad se encuentra en la mira de organizaciones que buscan sembrar el terror, y no por ser ciudad. Por lo tanto, es un vehículo de la dinámica terrorista o, si se prefiere, el teatro físico, simbólico y psicológico de un enfrentamiento que opone un Estado a una organización no estatal que intenta, por diversas razones, derrocar el statu quo atacando la autoridad del gobierno y su legitimidad, incluida su legitimidad para garantizar la seguridad de los ciudadanos que son blanco de esa organización.
Desde esta perspectiva, el aparato estatal se encuentra en una situación defensiva, situación que los dirigentes se apresuran en poner de relieve, y que obliga al gobierno a implementar represalias con los medios que dispone, principalmente por el intermedio de las «fuerzas del Estado», la policía, el poder judicial, las fuerzas armadas cuando sea necesario. No es poco común que un gobierno se aproveche de tal situación y la explote con fines meramente políticos.
PARADÓJICAMENTE, SI LA CIUDAD ES EL ESCENARIO DEL ENFRENTAMIENTO Y SI SUS HABITANTES, Y SU SEGURIDAD, SON EL RETO PRINCIPAL, LAS AUTORIDADES MUNICIPALES, POR NO HABLAR DE LAS ORGANIZACIONES CIUDADANAS, SE ENCUENTRAN A MENUDO EN PAPELES SECUNDARIOS, AL MARGEN DE LAS GRANDES DECISIONES..
LAS CIUDADES Y LA CIBERSEGURIDAD
El rápido desarrollo de la inteligencia artificial y de nuevos modos de comunicación ha hecho que nuestras sociedades dependan cada vez más de las redes de comunicaciones electrónicas. Ante la ciberfricción, el ciberdelito o el ciberterrorismo, las autoridades de hoy en día están esencialmente indefensas y algunos gobiernos intentan ahora aprovecharse de esta situación para debilitar a sus rivales o adversarios. Estos ataques están llegando ahora incluso al ámbito del pensamiento, con el objetivo de atacar a la opinión pública mediante información falsa, las llamadas «fake news», que sabemos cuán probable sea que socaven los cimientos de las sociedades democráticas. Los aparatos estatales y las empresas privadas se encuentran entre las víctimas potenciales y efectivas más notorias del espionaje en el ciberespacio, la ciberpropaganda y el ciberdelito.
Pero hay un tipo de objetivo del que se habla mucho menos en los debates sobre ciberseguridad: las ciudades. Centros neurálgicos de los Estados, de las industrias y de las economías, así como el soporte principal de toda la dinámica cultural intelectual de una sociedad. También son blancos fáciles para los ciberdelincuentes, sobre todo porque, a diferencia del aparato estatal, todavía no han desarrollado realmente sistemas de defensa o incluso, en muchos casos, ni han empezado a pensar en sus vulnerabilidades, como ciudades, en términos de ciberseguridad y ataques cibernéticos.
Las respuestas al delito cibernético se han centrado generalmente en los sistemas macropolíticos, especialmente las instituciones transnacionales y supranacionales, es decir, en todo lo que tiene que ver con la gobernanza mundial. Pero, la naturaleza misma del sistema internacional, en el que las normas del derecho internacional son limitadas y dependen de la buena voluntad de los Estados o de los organismos que los representan (como las Naciones Unidas), significa que prácticamente no haya ninguna salvaguardia que pueda regir un ámbito que, sin exagerar, existe en un universo globalmente anárquico. Ahora bien, de la anarquía al caos, sólo hay un paso, que fácilmente dan todos aquellos que tienen la voluntad, el deseo y los medios para hacerlo.
Aparte de algunas iniciativas aisladas, como la del Consejo de Europa y su Convenio sobre la Ciberdelincuencia (Convenio de Budapest, 2004), las reacciones han sido lentas. Además, el alcance de este tipo de iniciativas suele ser modesto; por razones íntimamente ligadas a la naturaleza de las relaciones internacionales y las relaciones de poder, así como por la reciente evolución del orden (o el desorden…) mundial, muchos Estados se niegan a participar a tales iniciativas porque quieren aprovecharse de la falta de normas y reglas en esta esfera para sacar provecho de sus rivales, adversarios y a veces también aliados. El Convenio del Consejo de Europa, cuyo objetivo es armonizar las leyes contra la ciberdelincuencia y facilitar la cooperación internacional, recuerda extrañamente a la Sociedad de las Naciones que, en las décadas de 1920 y 1930, fue incapaz de reunir a los 50 y tantos Estados que constituían el planeta geopolítico en aquel entonces (frente a los 200 de hoy). Pero, al igual que Alemania, Estados Unidos, Japón y URSS en su momento, las grandes naciones de hoy se muestran reacias a involucrarse en la regulación y aplicación de leyes para castigar a los ciberdelincuentes.
EL PRINCIPAL PROBLEMA DE LA CIBERDELINCUENCIA ES QUE UNA ACTITUD REACTIVA SIEMPRE ES INSUFICIENTE FRENTE A UN ADVERSARIO QUE EVOLUCIONA Y SE ADAPTA RÁPIDAMENTE. POR LO TANTO, ES IMPERATIVO IMPLEMENTAR ESTRATEGIAS PROACTIVAS E INCLUSO, SI ES NECESARIO, ANTICIPATORIAS. DADO QUE LOS GOBIERNOS SON NOTABLEMENTE LENTOS PARA REACCIONAR ANTE ESTE TIPO DE PROBLEMAS Y CONSIDERAN LA SEGURIDAD DESDE UNA PERSPECTIVA NACIONAL, ES IMPERATIVO QUE LAS CIUDADES ACTÚEN POR INICIATIVA PROPIA, DENTRO DE LOS LÍMITES DE LA LEY, POR SUPUESTO, Y SI ES POSIBLE EN COORDINACIÓN CON LAS AUTORIDADES FEDERALES, DE LO CONTRARIO ESTARÁN CONDENADAS A SUFRIR Y SE ENCONTRARÁN INDEFENSAS FRENTE A ADVERSARIOS INSIDIOSOS QUE POTENCIALMENTE PUEDEN CAUSARLES PROBLEMAS MUY GRAVES.
CIUDADES: LABORATORIOS INNOVADORES PARA ENFRENTAR LOS DESAFÍOS DE SEGURIDAD DE SUS HABITANTES
Por lo tanto, es más bien en el espacio local y más específicamente municipal que se han transferido muchas esperanzas, y no sin razón. Porque es allí donde se están desarrollando nuevas redes que actúan, potencial o realmente ya, como esas salvaguardias que las entidades nacionales y supranacionales son incapaces de generar. En el campo de la información, por ejemplo, las nuevas tecnologías permiten a simples ciudadanos difundir imágenes desde lugares donde los medios de comunicación centralizados (en su mayoría occidentales) no tienen acceso o, como suele ocurrir, no desean ir. A partir de ahí, las redes sociales hacen el resto y simples imágenes tienen el poder de contrarrestar las medidas más extremas de los gobiernos nacionales para prohibir la información o transformarla a través de la propaganda. En cuanto a seguridad, las redes de ciudades permiten compartir información sensible inimaginable a nivel estatal, o incluso entre gobiernos y ciudades dentro de un mismo país. Por consiguiente, al autofortalecerse, los poderes crecientes de las autoridades locales y de los ciudadanos comunes crean casi naturalmente contrapoderes que tienen una influencia nada desdeñable en la seguridad física e intelectual de cada uno. A largo plazo, estas iniciativas locales de paz, que escapan del tradicional monopolio del uso de las armas por parte del Estado, podrían eventualmente servir de base para toda la cuestión de la convivencia que, como todo el mundo sabe, se ha convertido en uno de los principales temas del debate social contemporáneo en los últimos años.
Las amenazas ciberterroristas, criminales y transnacionales plantean nuevos retos a los gobiernos centrales, que ven en ello una posible pérdida de poder y legitimidad, incluso en la democracia, donde algunas instituciones parecen estar ahora en desfase con respecto a las realidades sociales, brecha que es una de las causas, por ejemplo, del inesperado éxito del movimiento de los “Chalecos Amarillos” en Francia.
En la medida en que constituyen amenazas complejas de carácter transnacional, cuyas respuestas requieren, no obstante, de recursos considerables, las redes de ciudades podrían producir resultados en este ámbito que incluso los Estados tendrían dificultades en alcanzar. Ya que las ciudades suelen ser mucho más libres para comunicarse entre sí y trabajar juntas que gobiernos siempre ansiosos por perder peso en la carrera permanente con sus homólogos, incluso con sus llamados aliados. También corresponde a los gobiernos adaptarse en consecuencia, y si la tendencia actual continúa, lo que tendría sentido en vista de los movimientos hacia una creciente urbanización, demografía (urbana) e interconectividad, esto sólo apoyaría un impulso histórico que durante más de dos siglos ha mostrado un retroceso general de las instituciones centralizadas acompañado de un empoderamiento de los ciudadanos de abajo hacia arriba. En otras palabras, a medida que la inteligencia artificial avance, para bien o para mal, la gobernanza nacional y mundial tendrá que adaptarse. Ahora bien, las ciudades están en una posición favorable para tomar la delantera en este campo.
Arnaud Blin es historiador y politólogo franco-americano especializado en la historia de los conflictos. Es autor de unos quince libros, traducidos a diez idiomas. Ex director del Beaumarchais Center for International Research (Washington) y coordinador durante diez años del Foro para una Nueva Gobernanza Mundial (París), se interesa, entre otras cosas, por los problemas relacionados con la buena gobernanza y la seguridad. A través del Foro, ha dirigido unos cuarenta proyectos sobre la gobernanza mundial con Gustavo Marin. Su último libro es War and religion. Europe and the Mediterranean from the first through the 21st centuries (University of California Press, 2019).
Averill Roy es facilitadora en inteligencia colectiva para varias iniciativas ciudadanas y municipalistas y coordinadora de la Red Municipalista Europea. Apasionada por las dinámicas ciudadanas locales, colabora para Commonspolis con Arnaud Blin para acompañar el área de trabajo «Municipalismo y seguridad de los ciudadanos».