Arnaud Blin, es historiador y politólogo, especialista en asuntos de gobernabilidad y terrorismo. Actualmente, asociado a CommonsPolis, contribuye a generar reflexiones y propuestas sobre un enfoque municipalista de los problemas de seguridad.
Los teóricos de la política que han estudiado las cuestiones de seguridad pueden ser generalmente divididos en dos grupos distintos. De un lado, en la línea de Kautilya, Machiavel o Hobbes, la organización de la seguridad, tanto interna como externa, debe ser adaptada a una naturaleza humana que, poco importa el entorno social o político, es globalmente invariable, que ve una lucha constante entre los que poseen bienes y los que quieren apoderarse de esos bienes (la naturaleza de esos bienes variando bastante). Del otro lado, los filósofos de tradición humanista vislumbran al contrario una naturaleza humana que, tal como se expresa en su mayoría, quiere adquirir la paz y la seguridad, se muestra capaz de compromiso y de respeto a las opiniones y las costumbres de los demás. En un caso, nos encontramos en un mundo congelado pero familiar ya que conocemos, o pretendemos conocer tanto la naturaleza del problema como sus soluciones. En el otro, estamos en un mundo que evoluciona, que es menos familiar pero que está abierto a nuevas opciones.
Esas dos actitudes generales, que por otra parte se declinan de diversas formas, desembocan en dos concepciones radicalmente opuestas de la seguridad y de la organización de la seguridad (y de la justicia). En el plano exterior, esas dos actitudes se traducen por políticas orientadas, en el primer caso, en el uso (o la amenaza del uso) de la fuerza, en el segundo caso, en acuerdos, acciones y procesos multilaterales. Esos dos enfoques corresponden también, en el mundo contemporáneo, a políticas conservadores y progresistas y a partidos que promueven una o otra de esas políticas.
Menos visible es la forma en los cuales esos enfoques se traducen en el plano de las políticas locales de seguridad. Sin embargo, muy a menudo, en la medida en que las políticas locales son menos debatidas en la plaza pública, esas pueden resultar mucho menos radicales. Así, hasta en democracia (en el caso del Brasil por ejemplo, o de Barcelona) algunas policías locales funcionan según modelos autoritarios y hasta fascinantes que, a un nivel superior, serían consideradas como inaceptables por la opinión pública. A contrario, las ciudades poseen un margen de maniobra que les permite experimentar iniciativas inéditas que, por su velocidad de ejecución, ponen en relieve los éxitos y escollos. En este sentido, la ciudad o el barrio constituyen tantos laboratorios que pueden potencialmente servir a alimentar el debate nacional o hasta internacional en cuestiones de seguridad.
Sin embargo, cabe señalar que el debate sobre esas políticas locales de seguridad es mucho menos alimentado que aquel de políticas nacionales y de políticas exteriores de seguridad. Por consiguiente, en los hechos, son los enfoques de seguridad nacionales o internacionales que sirven de modelo a políticas locales, incluso en el marco de operaciones de mantenimiento de la paz de la ONU (tema que abordaremos en otro articulo). Hoy, reconociendo el fracaso en las prácticas corrientes, tal vez deberíamos repensar la problemática de la seguridad de manera invertida, partiendo de las situaciones locales para estudiar la viabilidad de soluciones como modelos aplicables en otros lugares y, también, la capacidad de algunas comunidades en trascender ciertas ideas recibidas sobre la naturaleza del ser humano y de la relación a su seguridad.
La arquitectura de ciudades constituye lógicamente el reflejo de actitudes de los pueblos y de su seguridad.
En Europa, en América, en Medio Oriente o en África, muchas ciudades antiguas contienen aún las reliquias físicas erigidas durante los periodos de disturbio, empezando por las murallas de protección más o menos sofisticadas hechas para proteger a los habitantes contra los peligros exteriores. Encontramos este tipo de construcción en ciudades fortificadas de la Edad Media como Carcasona, en el Sur-Oeste de Francia, pero también en zonas aisladas como el país de Tamberma del Togo-Norte, en África del Oeste, donde cada vivienda individual cuenta con un recinto y murallas. De hecho, la arquitectura de las ciudades, que sean pequeñas o grandes, es a menudo una arquitectura de poder donde, sobre todo en ciudades más antiguas, se superponen la memoria física de generaciones sucesivas cuya autoridad está expresada de manera particular, incluso en su relación a la seguridad.
En Washington, la Casa Blanca mucho tiempo se quiso el símbolo de la trasparencia y de la apertura democrática. Hubo un tiempo en que cualquier ciudadano podía entrar para conocer al presidente. Pero, progresivamente, la venerable sede del ejecutivo estadunidense se cerró en si misma, primero con una simple barrera que, hasta los años 2000, desembocaba en una calle abierta a la circulación. Luego del 11 de setiembre 2001, un cordón de seguridad fue establecido, que prohíbe cualquier circulación alrededor del perímetro. Fue en aquella época, que coincidía con la elección de George W. Bush, que el país hizo un cambio ideológico hacia la derecha, con una política de seguridad que podríamos calificar de reaccionaria y que se expresaba de varias formas, incluso en la arquitectura urbana, como las diversas embajadas estadunidenses por el mundo, quienes, en cuanto a las más recientes, se parecen mucho más a bunkers que sedes de diplomacia. ¿El muro fronterizo propuesto por Donald Trump no es finalmente más que una extensión a gran escala del muro que protege ahora la sede del ejecutivo estadunidense?
De hecho, esas dos últimas décadas testificaron de una arquitectura urbana prisionera de un deseo de controlar y de “securizar” el espacio público que naturalmente impulsa la fragmentación y hasta la exclusión. Es en reacción a esta tendencia que ha aparecido el concepto de “seguridad positiva”, que hace eco al célebre concepto de “paz positiva”, popularizado por Johan Galtung.
La idea detrás de la seguridad positiva es de mejorar la seguridad de los espacios públicos urbanos promoviendo una arquitectura de inclusión y del vivir junto más que una arquitectura de compartimentación, de aislamiento y de atomización.
En paralelo a estas dos concepciones de la seguridad urbana, el desarrollo de nuevas tecnologías proporciona a los poderes públicos, y a los ciudadanos, nuevos medios para securizar el espacio y otra visión de qué puede ser la seguridad. Típicamente, las tecnologías de vigilancia del espacio urbano, empezando por las video-cámaras, cuya invención no es nueva pero cuyo uso, gracias a la miniaturización, se extendió masivamente desde dos o tres décadas, son el privilegio de los poderes públicos y las empresas privadas. Esencialmente, su uso corresponde a enfoques clásicos de la seguridad y sirven básicamente a identificar la acción de criminales pequeños y grandes, del simple ladrón de tiendas hasta el terrorista.
Pero, el desarrollo veloz de la electrónica también permitió al ciudadano reinsertarse en el debate. La invención del smartphone en los años 2000 ha rebarajado las cartas y ha entregado al ciudadano una herramienta nueva con la cual no contaba antes y además, que no es estática. Gracias a las aplicaciones de los smartphones, otro tipo de inseguridad puede ser denunciado ahora: aquel cometido por las fuerzas del orden. Hasta ahora, ellas sólo tenían al Estado o a las autoridades locales para vigilar y controlar sus movimientos. En los Estados Unidos, especialmente, los abusos de la policía hacia poblaciones afro-americanas, que perduran desde décadas, forman ahora, gracias a los smartphones, parte del debate público. Sin duda, las medidas destinadas a cambiar las actitudes demoran en concretizarse pero, por lo menos, la opinión pública es consciente de que el problema existe mientras que antes no era así.
Pero, que se trate de video-vigilancia o de vigilancia ciudadana, nos quedamos sin embargo en el ámbito de la respuesta clásica a la inseguridad, la criminalidad y al abuso de poder de parte de las autoridades. En otras palabras, se trata esencialmente del testimonio visual de un acto de inseguridad que nos proponemos resolver con infraestructuras legales, judiciales, policiales o otras ya establecidas y un modo de prevención que está esencialmente basado en la disuasión (el delincuente potencial o el policía racista duda en pasar al acto por miedo a que le pillen).
A pesar de todo, y aunque aún en estado embrionario, también existen hoy iniciativas proactivas al problema de seguridad de las ciudades que intentan explorar nuevas tecnologías.
Un ejemplo: la ciudad de Eindhoven, en Holanda, con un proyecto revolucionario de “desactivación” (de-escalate/de-escalation) de la agresión mediante la transformación in vivo del alumbrado público.
Eindhoven es una ciudad de tamaño promedio (230 000 habitantes), sede histórica de la compañía Philips, con una tasa de criminalidad elevada para el país. Para responder al problema de la inseguridad, un consorcio de varios actores locales, incluido la municipalidad, la compañía Philips y el Instituto tecnológico de Eindhoven, ha reunido sus recursos y sus conocimientos para intentar identificar de inmediato a las zonas de peligro, o sea los lugares donde, por ejemplo, enfrentamientos podrían suceder o degenerar, y para atenderlos manipulando la luz del alumbrado público cambiando su intensidad o color. De hecho, según varios estudios, la luz tendría efectos importantes en los comportamientos y hasta en la agresividad de los individuos o grupos de individuos.
La iniciativa de la ciudad de Eindhoven es completamente inédita pero demasiado nueva como para medir sus efectos a largo plazo. Evidentemente, la tasa de criminalidad de la ciudad ha bajado desde la implementación del proyecto de desactivación pero la criminalidad ha bajado también en todo el país. Sin embargo, es un ejemplo que ya podría fácilmente ser aplicado en otra parte. Además de su originalidad, esta experiencia llama la atención sobretodo por la actitud novedosa de las partes interesadas, tanto en su conceptualización en cuanto a la problemática de la seguridad como en su realización. Más que su carácter novedoso, hay que recordar la manera en la cual la ciudad de Eindhoven ha investigado y supo reunir habilidades locales para intentar resolver un problema local.
Enraizada en la realidad de una ciudad, la experiencia tiene, sin embargo, valor de ejemplo universal.