La forma en la cual se ha propagado la pandemia y la respuesta de los gobiernos a este cataclismo han resaltado tanto las deficiencias de los sistemas existentes como las oportunidades que surgen de las diversas respuestas e iniciativas llevadas a cabo.
por Arnaud Blin, historiador y politólogo franco-americano especializado en la historia de los conflictos.
La pandemia histórica causada por la llegada del Covid-19 a finales del 2019 y su dramática propagación en 2020 han puesto en tela de juicio muchas prácticas e ideas preconcebidas en cuanto a la seguridad de las poblaciones a escala mundial, pero con una multitud de peculiaridades locales. La forma en la cual se ha propagado la pandemia y la respuesta de los gobiernos a este cataclismo han resaltado tanto las deficiencias de los sistemas existentes como las oportunidades que surgen de las diversas respuestas e iniciativas llevadas a cabo.
El caso de los Estados Unidos, por la magnitud del desastre y la cantidad de respuestas proporcionadas, fue muy instructivo en ese sentido. Dado que el autor de este artículo estuvo en el centro de la tormenta en el Estado de Nueva York, este análisis se centrará en este ejemplo en particular, sin embargo, las conclusiones aspiran a ser generales, tanto más cuando históricamente este país es a menudo precursor de tendencias futuras.
Sin entrar en los detalles del historial del coronavirus, el Covid-19 destacó rápida y dramáticamente dos fenómenos que definen la dinámica del mundo actual: una interconectividad extrema que se expresa de diversas formas, borrando las fronteras políticas y haciendo obsoleta la organización política del mundo en torno al Estado-nación; y una clara falta de preparación, a todos los niveles, para enfrentarse a este tipo de desastre global. Estos dos elementos desde luego no son nuevos, y muchos observadores han estado debatiendo y advirtiendo sobre ellos desde un tiempo ya. Pero, el Covid-19 ha provocado una verdadera toma de conciencia del problema a escala planetaria, afectando a todos los pueblos y a todas las clases sociales, sabiendo que, además de las 600.000 víctimas de la pandemia, al menos 100 millones de personas se habrán sumido en la extrema pobreza según el Banco Mundial (datos agosto del 2020). No obstante, el coronavirus apareció en un momento en el que muchos países se encontraban en una fase de repliegue sobre uno mismo, con un resurgimiento de los nacionalismos, la xenofobia y el autoritarismo. La politización de la pandemia se ha expresado de diversas maneras y en distintos grados que sea en China, Estados Unidos, Rusia o Brasil, sólo por nombrar a los casos más extremos.
En los Estados Unidos y en Brasil en particular, grandes tensiones han surgido de las discrepancias entre las autoridades locales y el gobierno central en cuanto a la mejor manera de abordar el problema. En general, los países del Norte, poco acostumbrados a gestionar este tipo de desastre sanitario, a diferencia de otras regiones, se vieron abrumados en su mayor parte por la pandemia y no supieron cómo reaccionar ante ella. Sin embargo, desde hace años, algunos expertos hacen sonar la alarma y ven cómo los gobiernos hacen oídos sordos a estas advertencias, mientras que por otra parte se han asignado montos considerables a amenazas virtuales como el «terrorismo nuclear».
Si bien la eficacia de los gobiernos en la contención del virus ha variado considerablemente de un país a otro, hay un hecho indiscutible: la falta de coordinación y de gestión de la pandemia a nivel mundial e incluso regional. El organismo teóricamente mejor preparado para tratar el problema, la Organización Mundial de la Salud, ha revelado los límites de sus poderes y de su influencia, y su director ha revelado ser incapaz de trascender los límites formales de sus propios poderes. Esto no es sorprendente, dado que todas las organizaciones del sistema de las Naciones Unidas están, por definición, extremadamente limitadas en sus acciones, ya que sólo son la emanación de unos países que encierran las instituciones. En el plano regional, la notoria ausencia de coordinación entre los países, en cualquier región, incluida Europa, revela hasta qué punto las viejas respuestas nacionales siguen arraigadas, especialmente cuando hay pánico a bordo. No hay ningún motivo para creer que, frente a otras amenazas a la seguridad mundial, los demás organismos de las Naciones Unidas potencialmente competentes lo hagan mejor que la OMS, ni que una cooperación regional trascienda milagrosamente los atavismos nacionales.
¿Qué decir de las respuestas locales a la pandemia? Zoom en la ciudad de Nueva-York.
La naturaleza del Covid-19 y la forma en la cual se está propagando nos es más conocida hoy en día que al principio de la pandemia, y se ve que lo ideal sería una respuesta coordinada entre todos los niveles de gobernanza. Sin embargo, en ausencia de una coordinación global y regional, estamos limitados, por lo tanto, a una gestión nacional y a una gestión local o semilocal. En los Estados Unidos, por ejemplo, se han adoptado medidas, a menudo de manera caótica, a tres niveles de intervención: nacional (federal), estatal y municipal (o, en las zonas rurales, de condados).
La politización de la pandemia por parte de la administración Trump desde los primeros casos registrados, que nunca se ha contradicho desde entonces, ha dado a la problemática un grado de complejidad poco frecuente en otros lugares, pero que nos permite percibir, evaluar y diferenciar mejor los tipos de respuestas llevadas a cabo por las autoridades federales, por los gobernadores y por las autoridades locales y municipales. El caso de la ciudad y del Estado de Nueva York es muy instructivo como tal.
Sabemos que la ciudad de Nueva York, por su carácter internacional y cosmopolita -la ciudad acoge cada año a millones de visitantes extranjeros, la mayoría de los cuales llegan al suelo americano por vía aérea- fue, junto con Bérgamo en Italia, uno de los lugares más afectados por la pandemia en sus inicios. Muy pronto, las autoridades sanitarias de Nueva York se vieron abrumadas por la magnitud del desastre y durante semanas la ciudad sufrió unas 800 muertes diarias a causa del Covid-19, y el Estado de Nueva York en su conjunto también se vio gravemente afectado e infectado. Sin embargo, la ciudad de Nueva York tiene la peculiaridad de haber organizado, desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, su seguridad independientemente del gobierno federal, llevando a cabo un amplio sistema de protección, en algunos aspectos insidiosos (que algunos, como el ex alcalde Mike Bloomberg, han intentado desviar), pero ha permitido que en los momentos más críticos de la pandemia se tomaran medidas que el gobierno federal se negaba a aplicar. Las medidas, especialmente logísticas, en particular las llevadas a cabo para enfrentar un ataque terrorista a gran escala, se utilizaron para dar cabida a miles de víctimas de la pandemia.
Como resultado, después de tres meses el Estado de Nueva York, incluyendo la ciudad de Nueva York, se convirtió en el estado menos afectado por el Covid-19 en todo el país con menos de cinco muertes al día. Además, se ha establecido un sistema de cooperación con los Estados vecinos para compartir equipos médicos y conocimientos especializados con el fin de enfocarse rápidamente en las zonas de riesgo. Hasta la fecha, la pandemia ha sido contenida eficazmente, sin una segunda oleada, mientras que en el resto del país se ha producido un aumento exponencial de los casos.
Propuestas para mayores respuestas locales de seguridad
Durante esta pandemia, la ineficacia de los organismos internacionales, la ausencia de cooperación regional y la imprevisibilidad de las respuestas nacionales han resaltado la importancia de las iniciativas locales. Cabe decir que cuando se trata de responder rápidamente a este tipo de crisis, las autoridades locales parecen ser las mejor equipadas para adaptarse rápidamente a la amenaza y responder. El caso de Nueva York parece indicar que un aparato acostumbrado a responder a los problemas de seguridad de forma independiente puede resultar eficaz, incluso ante una amenaza sin precedentes. Dado que parece poco probable que surjan reformas de los mecanismos internacionales y regionales en un futuro próximo, y puesto que es poco probable que la actitud de los gobiernos cambie, al menos lo suficiente, una toma de control de parte de las autoridades locales en cuanto a seguridad (en su sentido más amplio) nos parece la solución más viable para hacer frente a este tipo de problema.
Por otra parte, sabemos que las buenas prácticas, a nivel local, tienen un potencial interesante para los organismos internacionales que, en los últimos años, han empezado a aprender de las experiencias de las regiones y a transmitirlas en otras partes. Este potencial, en gran parte sin explotar, podría transformar la labor de los organismos internacionales de ayuda humanitaria en el futuro.
Sobre la base de lo que hemos aprendido en los últimos meses, tratemos de elaborar algunas propuestas para el futuro:
- Establecimiento de sistemas de coordinación locales para cuestiones de seguridad. Los desastres de cualquier tipo que ponen en peligro la seguridad de los ciudadanos requieren una coordinación de esfuerzos que empieza a nivel local, entre las fuerzas de seguridad, el personal médico y de enfermería, los zapadores y los bomberos, la cadena alimentaria, etc….
- Desarrollar la logística local. En caso de crisis de seguridad, de cualquier tipo que sea, la logística es vital. Para estar preparados para enfrentar a problemas de todo tipo, nos parece imperativo que se establezcan logísticas locales, gestionadas localmente y a menudo mejor adaptadas al contexto.
- Ejercicios de simulación local. Para garantizar la eficacia de los servicios locales y la coordinación entre ellos, se intensificarán los ejercicios de simulación con toda clase de escenarios de amenaza.
- Cooperación entre los organismos locales y nacionales. Esta propuesta es evidente, pero en la práctica las cosas suelen ser más complicadas y los esfuerzos en este sentido deben ser intensificados.
- Organización y desarrollo de redes municipales con otras ciudades, incluso en el extranjero, para intercambiar conocimientos y experiencias y, en caso de una catástrofe de seguridad regional o mundial, para trabajar conjuntamente y organizar posibles traslados de personales y de equipos.
- Intensificación de las estrategias preventivas e inversión en la investigación y el desarrollo tecnológico, con un enfoque en las particularidades locales. Las estrategias o políticas preventivas, cuando existen, se organizan generalmente a nivel nacional. La prevención a nivel local es igualmente importante.
- Capacitación del personal local, incluyendo voluntarios, en todos los ámbitos relacionados con crisis de seguridad.
- Establecimiento de sistemas, instituciones y mecanismos locales de evaluación y vigilancia para prevenir, detener y, cuando proceda, castigar los abusos causados por una crisis de seguridad. Las crisis de seguridad, y más aún las crisis más dramáticas, generan casi siempre abusos de poder, incluso por parte de gobernantes que se aprovechan de situaciones inéditas para reforzar su poder o por parte de las fuerzas de seguridad que sobrepasan los límites de su jurisdicción.
- A nivel de los organismos internacionales, intensificar los esfuerzos destinados a valorar la riqueza de las experiencias y de las iniciativas locales, en cualquier región, para que esta experiencia, a menudo muy diversa, pueda ser beneficiosa para todos.
Este articulo fue traducido en castellano por Flore Garcia-Bour.
Arnaud Blin es historiador y politólogo franco-americano especializado en la historia de los conflictos. Es autor de unos quince libros, traducidos a diez idiomas. Ex director del Beaumarchais Center for International Research (Washington) y coordinador durante diez años del Foro para una Nueva Gobernanza Mundial (París), se interesa, entre otras cosas, por los problemas relacionados con la buena gobernanza y la seguridad. A través del Foro, ha dirigido unos cuarenta proyectos sobre la gobernanza mundial con Gustavo Marin. Su último libro es War and religion. Europe and the Mediterranean from the first through the 21st centuries (University of California Press, 2019).
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