El caso de la isla de idjwi nos demuestra cómo, cuando la macropolítica fracasa, la construcción de soluciones micropolíticas puede ser una fuente de inspiración para repensar las clásicas estrategias de seguridad de los países del norte.
por Arnaud Blin |
A principios del siglo XXI, las Comunidades de paz de Colombia simbolizaron la capacidad de algunas comunidades para resistir el flagelo de la guerra en las zonas más afectadas por la violencia organizada. Hoy, en el corazón de África, otra comunidad sirve de ejemplo de resistencia a la guerra en una región que ha sido fuertemente golpeada por la guerra civil.
Durante un cuarto de siglo, la región de los Grandes Lagos ha sido testigo de algunos de los conflictos más mortíferos desde el final de la Segunda Guerra Mundial. La República Democrática del Congo, el país más grande de la región, ha visto a varios millones de personas devoradas en los diversos conflictos que han afectado al país desde la década de los noventa. La parte oriental del país, particularmente la región del Kivu y su principal ciudad, Goma, han sufrido las principales consecuencias de la violencia armada causada por la guerra civil, las tensiones interétnicas, la lucha por los recursos naturales y diversos conflictos con los países vecinos. En medio de este caos donde reina la ley del más fuerte y el Estado de derecho es inexistente, una pequeña entidad de unos 260 000 individuos (en 310 km2) se ha organizado para resistir a la violencia.
Ahora bien, donde todos los intentos, incluido los de la comunidad internacional, de establecer la paz en el país han fracasado en su mayoría, la isla de Idjwi es un remanso de tranquilidad. Sin embargo, esta excepción no es ningún milagro, sino más bien el resultado de un trabajo arduo y de esfuerzos sostenidos por parte de individuos y asociaciones que han prometido mantener a sus comunidades fuera del conflicto promoviendo (al igual que en Colombia) una verdadera cultura de paz. Particularidad, la paz que reina en Idjwi se ha alcanzado desde abajo, por el intermedio de actores locales que supieron identificar y captar los elementos que constituyen la paz en su zona, evitando al mismo tiempo la intensificación de la violencia. Sin duda, el hecho de que Idjwi sea una isla ha contribuido a que esta comunidad haya podido aislarse de la violencia que ha arrasado con el resto de la región. Sin embargo, muchos de los elementos que provocaron la guerra en otros lugares también existen en Idjwi. Para los apóstoles de la paz “desde abajo”, como la académica Séverine Autesserre, que ha escrito mucho sobre Idjwi y ha ayudado a dar a conocer la isla fuera de la región de los Grandes Lagos1, muchas lecciones de esta experiencia única pueden aprenderse, destacando la pertinencia de las iniciativas locales en cuanto a seguridad. Es innegable que, si bien la paz y la seguridad pueden construirse en un entorno extremadamente desfavorable y hostil para ellas, las lecciones de esta experiencia también deberían beneficiar a regiones donde la violencia existe en niveles inferiores.
¿Qué tiene de especial esta isla y cómo logra manejar los conflictos?
Primero, cabe señalar que Idjwi se enfrenta a problemas específicos de su ubicación geográfica, pero también a problemas típicos de esta zona, como las tensiones interétnicas. Con el fin de reforzar su independencia efectiva, Idjwi ha adquirido autonomía a varios niveles: la electricidad por ejemplo (no depende de la Snel congoleña); la economía, con la producción de café (pequeños productores que trabajan en cooperativas y exportan en todo el mundo, incluso para la empresa Starbucks), yuca, piña y batata. El apoyo al desarrollo local sostenible, gracias en particular al apoyo del PNUD y del gobierno japonés, permite a la isla mantener su autonomía. Antes, la industria del café estaba mal organizada, pero desde el 2011, la Cooperativa de los Cultivadores y Negociantes de Café del Kivu, que reúne a 372 caficultores, entre ellos 317 mujeres, ha revivido la industria: la compra de una descascaradora ha permitido triplicar el precio de venta del café. Alrededor de la Unión de Mujeres de la Isla, una cooperativa organiza la venta de pavos2.
La población, principalmente Buhavus (95%), también incluye una minoría Pigmea establecida desde hace mucho tiempo y 40.000 refugiados ruandeses (Hutus). Las tensiones entre las minorías y los Buhavus no están ausentes y los Pigmeos han sido desplazados a territorios alejados de su hábitat tradicional, donde llevan una existencia de supervivencia y están sujetos a la autoridad de jefes tradicionales locales3. No obstante, a fin de reducir las tensiones y evitar los conflictos, se está intentando reintegrar a esta población minoritaria, principalmente en torno al sector pesquero.
El aislamiento y la apertura presentan tanto una ventaja como un desafío y la viabilidad económica de la isla depende de su capacidad para desarrollar nuevas industrias, como por ejemplo el turismo ecológico. El 83% de los habitantes viven hoy con menos de un dólar al día. En 2017 se ha puesto en marcha un Proyecto de Respuesta Rápida para la Cohesión Social y la Recuperación Económica, una de cuyas prioridades es desarrollar la seguridad alimentaria de la población de la isla.
Además de estos esfuerzos por desarrollar infraestructuras económicas, la isla ha logrado generar esta cultura de paz, según Autesserre, gracias a una densa y activa red social, donde las asociaciones, las redes, pero también las creencias se combinan para mantener el equilibrio social en todo el territorio. Ni bien estalla un conflicto, en lugar de recurrir a las autoridades oficiales como la policía y el ejército o tratar de resolver la crisis mediante la violencia, los habitantes recurren a las redes: redes de mujeres, jóvenes, su congregación religiosa o su jefe tradicional. De esta manera, cada posible conflicto puede ser resuelto rápidamente4.
Las creencias tradicionales son, contra toda expectativa, potencialmente también un factor de paz: por ejemplo, la creencia ancestral de que la isla está protegida por brujos que tendrían el poder de dañar a todos aquellos que vendrían a perturbar la paz en la isla (o que intentarían invadirla), creencias que corresponden a algunas de las doctrinas que se encuentran en la mayoría de las grandes religiones pero que, en este caso, tienen un verdadero efecto disuasivo. Mientras se asocian estas creencias generalmente con el oscurantismo y la violencia, tal vez deberíamos estar más abiertos y destacar sus efectos positivos.
Pero el mantenimiento de la paz social requiere principalmente que todos se hagan responsables. Ahora bien, la responsabilidad tanto individual como colectiva es un valor que los habitantes de la isla aprecian y mantienen, tanto por su cultura como porque saben lo frágil que es la paz y lo mucho que cuesta no hacer todo lo posible por mantenerla.
¿Qué podemos aprender de Idjwi?
En primer lugar, que en un contexto donde el Estado de derecho ya no existe, los agentes locales son los únicos con la capacidad para atender las necesidades de seguridad de su comunidad; en segundo lugar, que el Estado de derecho no es la condición indispensable para garantizar la seguridad. Por último, este ejemplo, especialmente a título comparativo, tiende a demostrar que la ausencia de un Estado puede resultar ser una mejor situación que un Estado deficiente pero todavía presente, y que al menos a nivel micropolítico, las soluciones micropolíticas pueden ser superiores a las resoluciones macropolíticas que emanan de gobiernos u organismos que no gozan de la misma confianza ante los ciudadanos que los individuos u organismos que tratan de persona a persona y que tienen que rendir cuentas personalmente.
El enfoque general que respalda este tipo de estrategia es que la paz y la seguridad se construyen primero a nivel local antes de que, eventualmente, se extienda. ¿Pero cómo? Por el momento, es difícil responder a esta pregunta, y a un nivel más alto -el de una región o un país- no hay pruebas de que este enfoque del localismo desde abajo pueda extenderse más allá de un espacio pequeño y geofísicamente protegido. Pero el hecho es que, en estas zonas de conflictos interminables, el localismo proporciona algunas soluciones donde los enfoques tradicionales luchan por producir resultados concretos.
¿Podría esta experiencia tan especial servir de modelo en otro lugar? Este ejemplo, al igual que el ejemplo de las comunidades de paz de Colombia o Somalilandia, tiene una escala similar a la de las ciudades medianas, suburbios o barrios de las grandes metrópolis, incluidas las de los países del norte. Ahora bien, ¿por qué no considerar que lo que hace de Idjwi un éxito podría aplicarse a estos espacios que comparten muchos rasgos comunes con esta comunidad aislada del Kivu: tensiones sociales, religiosas, lingüísticas o étnicas; dificultades económicas; Estado de derecho deficiente (fuerzas policiales poco presentes, ineficaces o reacias); conflictos más o menos abiertos entre varias comunidades?
El ejemplo de idjwi muestra cómo las iniciativas de consulta y diálogos sostenidas logran superar muchos obstáculos y reconstruir los vínculos sociales y personales necesarios para renovar el contrato social dentro de un país o sociedad que ya no cuenta realmente con uno.
Obviamente, para los países del Norte, los obstáculos culturales son difíciles de superar. Ya que, tanto en Asia como en Europa o en Medio Oriente, la resolución de conflictos y la garantía de la seguridad de los ciudadanos siempre han sido prerrogativas del Estado. Y, con el tipo de relaciones establecidas y reiteradas durante las épocas coloniales, poscoloniales y posteriores a las poscolonias, se necesitará un gran esfuerzo intelectual para admitir que una pequeña comunidad en el corazón de África pueda tener algo que enseñarnos en cuanto a cómo manejar nuestras tensiones, cómo resolver nuestros conflictos y cómo vivir juntos en armonía.
- Séverine Autesserre, Frontlines of Peace, à paraître; Peaceland, Cambridge University Press, 2014.
- Aude Rossignol, « L’île dIdjwi, pépinière du développement local au Sud-Kivu, » 9 juin 2017, Medium.com.
- Sarah Vernhes, « Avec les Pygmées de RDC, qui survivent et meurent méprisés de tous, » Le Monde Afrique, 25 septembre, 2017.
- “Ending Violence from War, » Tauck Ritzau Innovative Philantropy, June 5 2019.
Arnaud Blin es historiador y politólogo franco-americano especializado en la historia de los conflictos. Es autor de unos quince libros, traducidos a diez idiomas. Ex director del Beaumarchais Center for International Research (Washington) y coordinador durante diez años del Foro para una Nueva Gobernanza Mundial (París), se interesa, entre otras cosas, por los problemas relacionados con la buena gobernanza y la seguridad. A través del Foro, ha dirigido unos cuarenta proyectos sobre la gobernanza mundial con Gustavo Marin. Su último libro es War and religion. Europe and the Mediterranean from the first through the 21st centuries (University of California Press, 2019).