«Ser queer es formar parte de categorías inexistentes y ficticias, fabricadas para excluirnos, pero de las que hemos vuelto y nos sentimos orgullosas. No es nunca creer que las palabras son absolutas. Es habitar este mundo como un cyborg, como aquellas que vienen a la fiesta sin haber recibido una invitación. No tiene otra opción para existir que la de molestar.. »
CON MOTIVO DEL DÍA INTERNACIONAL CONTRA LAS FOBIAS DE LAS PERSONAS LBGTQI, COMPARTIMOS ESTE MAGNÍFICO TEXTO ESCRITO POR JULIEN DIDIER, ACTIVISTA BELGA Y COMPAÑERO DE PROYECTO DENTRO de Mycelium.
«Más allá de lo normal… no tenemos otra opción que molestar.
En este día internacional contra la fobia a los LGBTQ, me gustaría compartir con ustedes un texto que me salió hace unos días, pensando en todas esas veces en las que me dijeron que hoy en día ser gay, marica o queer es «normal», y esto con la mejor intención del mundo.
Esta es a menudo la primera frase que una persona queer escucha cuando se dirige a personas que quieren ser cariñosas y tolerantes, y es tranquilizadora porque contrasta con la violencia que la sociedad produce en tantos lugares contra las personas LGBTQI+.
Durante mucho tiempo creí en ello o quise creer en ello. Este Eldorado de la «normalidad» fue como una tirita en todos esos años pasados sintiéndome profundamente anormal, queriendo ser otra persona que no fuera yo, porque lo que soy sería inaceptable y no digno de ser amado.
Con el tiempo me sentí más y más raro con esta idea, como algo que no suena bien, porque en lugar de desvanecerse con el tiempo, mi impresión de anormalidad en el mundo se hacía más fuerte al ver en mi interior que la impresión de anormalidad no se desvanecía. Me sentía culpable por ello, culpable de no haber apreciado la normalidad que finalmente se me ofrecía, culpable de haber dudado siempre de mí mismo cuando todas las que me rodeaban me decían «te aceptamos y eres normal a nuestros ojos», culpable de que mis manos siempre sudaran cuando tenía que hablar sinceramente de mí mismo, culpable de haber asumido siempre que era mejor mostrar una parte conformada de mí mismo, que molestar.
Entonces comprendí que lo queer es algo de toda la vida, mucho más allá de salir a los 19 años.
Poco a poco fui comprendiendo cuánto de mi vida era invisible detrás de ese adjetivo, cuánto decir «es normal» nos impedía reconocer las profundas diferencias y los profundos estigmas que esta sociedad impone a los queers y cómo éstos condicionan nuestra relación con el mundo, en las heridas que se nos infligen, pero también en las potencialidades que esta asignación a la diferencia nos invita a explorar.
Pensé que cuando los heterosexuales querían asegurarme que yo era normal, era como si de alguna manera me volvieran a meter en el armario involuntariamente, viendo sólo la punta del iceberg, reconociendo sólo una pequeña parte de mi experiencia que se reduciría al tipo de persona que vendría conmigo para una comida familiar.
Y me di cuenta de que, si esta promesa de normalidad puede ser un privilegio para salvar vidas, a los ojos de todas las personas LGBTQI+ encarceladas, violadas, asesinadas, tiradas a la calle por su familia biológica, también puede ser profundamente tóxica cuando es el único horizonte que se ofrece a una vida marcada por la anormalidad desde el nacimiento. También es un gigantesco engaño cuando implica que nuestras vidas extrañas sólo se toleran si se asemejan a esta normalidad, que la sociedad quiere vendernos para «integrarnos».
Para recomponerme, también necesito reconocer esta anormalidad y más aún celebrarla, darle vida, darle colores, pasión y amor, crear con ella.
Como tributo y en gratitud a todas las que me han precedido y luchado contra esta asignación a una normalidad confinada, a una asimilación alienante, a una tolerancia condicionada por la sociedad cis-heteronorma, me gustaría recordar que…
Ser queer no es y nunca será sólo sobre el o los géneros con los que te identificas o los de la gente que amas o con la que tienes sexo…
Ser queer no es sólo una historia individual. Que nuestra experiencia es fundamentalmente colectiva y conformada por el mundo cis-hetero que nos dio nacimiento a pesar de sí mismo.
Ser queer es sentir, desde muy temprano, que no correspondemos a lo que se espera de nosotras y que nos costará asumir quiénes somos.
Ser queer es haber aprendido a no amarse ni odiarse a sí misma, a verse a sí misma como «diferente» de una norma con la que estamos hechos a soñar, a no ocupar su lugar y refugiarse en los márgenes.
Ser queer es haber aprendido a esconderse, a mentirse a sí misma y a los demás, a aislarse de sí misma para sobrevivir y luego, incluso cuando el peligro ha pasado, luchar para aprender a no hacerlo más.
Ser queer es haber sido insultada, acosada, condenada al ostracismo antes de poder experimentar el tipo de amor que quieres. Es recibir el primer escupitajo antes de probar el primer beso.
Ser queer es aprender a escapar. Escapar de las personas que a veces están más cerca de ti para sobrevivir. Es aprender a escapar de la persona que te acosa o te insulta con una sonrisa, es aprender a escapar antes de que las cosas se salgan de control. A veces se escapa demasiado pronto o demasiado rápido, lo que hemos aprendido, y se pierde la oportunidad de una relación que valía la pena. Es perder la capacidad de confiar y luchar para recuperarla, incluso cuando todo está en paz a tu alrededor.
Ser queer es tener que inventar familias elegidas, cuando la que nacimos por primera vez debe ser evitada. Significa renunciar a copiar un modelo de familia diseñado para otros que no seamos nosotras mismas y co-crear otras nuevas, donde aprendemos a ser los adelfos y padres de cada uno. Significa aprender a conocer nuestras vulnerabilidades, nuestras heridas íntimas, nuestras aspiraciones más profundas, y cuidarlas juntas.
Ser queer es crear nuevos modos de afecto a nuestro alrededor, mezclando amantes, amigos, compañeros de vida, parejas sexuales, compañeros de habitación, relaciones sin nombre y aventuras de una noche en una alegre mezcla donde no siempre está claro quién es quién.
Ser queer es tener el privilegio de practicar, reinventar prácticas relacionales, amistosas, sexuales, amorosas, comunitarias, fuera de los modelos impuestos de una sexualidad heterosexual y monógama, que lleven a la creación de una pareja, para reproducir y crear una familia de cuatro caras. Es saborear el placer prohibido de las sexualidades no estándar y no reproductivas, es ver la sexualidad como una parte integral de nuestras vidas.
Ser queer es el desafío de encontrar la ligereza donde la vergüenza ha trazado fuertemente los límites de lo que es aceptable, es tratar de liberarse de ella. Se trata de reconocer cómo somos capaces de recrear esos mecanismos de vergüenza, abuso o competencia aprendidos a pesar de nosotros mismos en el mundo cis-hetero. Y ser indulgentes en nuestro reconocimiento de ello.
Ser queer es protegerse diariamente de lo físico, verbal, de la calle, de las instituciones, de la policía o simplemente del amigo de un amigo que cree saber lo suficiente como para abrir la boca y dar su opinión sobre nuestras vidas. Es demasiado saber sobre la sociedad cis-hetero y sus normas, haber sido llamado al orden tan a menudo cuando las hemos superado.
Ser queer es tener una relación íntima con la ansiedad, el aislamiento, la depresión, la muerte. Se trata de aprender sobre nuestras adicciones que nos dan la ilusión de escapar de nuestros fantasmas. Es aprender a vivir con ello toda la vida y aún así cultivar la alegría.
Ser queer es vivir con nuestros seres queridos desaparecidos, con toda la gente que no hemos conocido y no conoceremos porque no sobrevivieron.
Ser queer es tener antepasadas poderosas, que fueron martirizadas, exterminadas, invisibles en la gran historia, y que supieron resistir, organizar, crear. Pero también significa no conocerlos nosotras mismas porque sus historias han sido permanentemente borradas, o hetero-lavadas. Significa tener que recrear constantemente este vínculo con las generaciones que nos precedieron.
Ser queer es ver a nuestros muertos olvidados. Es tener que contarlos nosotras mismas porque nadie más lo hace. Es ver a nuestras ancianas afectadas por el SIDA enterradas en las fosas comunes de la Isla Hart. Es ver esta epidemia que nos asoló hoy como un pedazo de historia.
Pero ser queer es también ser vista una y otra vez en cada generación porque las tecnologías reproductivas heterosexuales son impotentes ante nuestras irresistibles existencias.
Ser queer es crear incansablemente para resistir el continuo borrado de nuestras vidas, como las olas borran los dibujos de nuestros hijos en la playa.
Ser queer es ver la permanencia de la vida que no sea sólo a través de la reproducción. Es creer en la regeneración, en la recomposición, en nuestra capacidad de reconstruir nuestras vidas cuando son desmembradas o asfixiadas. Es la práctica de la magia. Es ver la vida en el cuidado dado a nuestras comunidades, en la transmisión a múltiples herederos, sin derechos de propiedad o de autora.
Ser queer es aprender a pensar en un presente continuo, tanto el pasado nos ha demostrado que el futuro es una inversión inestable, es pensar sobre todo en la supervivencia de nuestras existencias en el presente, mientras fantaseamos nuestras vidas en mundos de ciencia-ficción no binarios y post-capitalistas.
Ser queer es no dar nada por sentado, saber que nuestras vidas son siempre, en el mejor de los casos, sólo toleradas, que la más mínima oportunidad puede ser aprovechada por el heteropatriarcado para relegarnos a todos a los márgenes y mundos invisibles de su vientre.
Ser queer es saber que, incluso junto a los activistas «progresistas», nuestro lugar siempre será precario porque se considera amenazador frente a las categorías políticas fijas que contribuimos a hacer explotar. Es recordar constantemente «y a nosotras» en las luchas que siempre tenderán a olvidarnos.
Ser queer es vivir en lo profundo de nosotras mismas la marginación y la opresión y no soportar verlas reproducidas a nuestro alrededor, en otros lugares, en otros márgenes. Sobre todo, significa no creer en aquellos que nos prometen la liberación de algunas a expensas de otras.
Ser queer es formar parte de categorías inexistentes y ficticias, fabricadas para excluirnos, pero de las que hemos vuelto y nos sentimos orgullosas. No es nunca creer que las palabras son absolutas. Es habitar este mundo como un cyborg, como aquellas que vienen a la fiesta sin haber recibido una invitación. No tiene otra opción para existir que la de molestar.
Ser queer es probar y cultivar hibridaciones, los espacios entre dos polos binarios donde nada residiría según los espíritus tristes. Es vivir en espacios aún no existentes, sin nombre, juzgados imposibles, es nombrar nuevas realidades, crear o resucitar identidades fluidas, ilimitadas, liberadoras. A menudo es como caminar por un camino inexplorado.
Ser queer es dar la vuelta al estigma que se nos ha pegado y convertirlo en una fortaleza, es hacer que lo que la norma encuentra asqueroso sea algo que celebrar, es dar la vuelta a los sistemas de valores e invitar al mundo a ver siempre múltiples lados en lugar de encerrarnos en la binaridad, es dar todo el valor a lo kitsch, al camp, al mal gusto, al exceso, cuando hemos estado encerradas en el buen pensamiento.
Ser queer es reconocer que somos un montón de cosas, que siempre será imposible de resumir.»