Para mantener la seguridad en los barrios y ciudades, ¿necesitamos más policía? ¿más Estado? ¿Garantizar la seguridad de los ciudadanos significa sistemáticamente recurrir a un mayor control? ¿Qué podemos aprender de las experiencias que lograron construir la paz en las regiones donde las guerras más violentas hacen estragos?
Esta entrevista se realizó originalmente en francés y fue traducida al castellano por Commonspolis. Puede leer aquí la versión original en francés.
Séverine Autesserre, es profesora e investigadora en Ciencias Políticas en la Facultad Barnard de la Universidad de Columbia. Es autora de“The Frontlines of Peace”, un libro que recopila exhaustivas investigaciones de campo en 12 zonas de conflicto. Ahí presenta ejemplos de fomento de la paz llevados a cabo exitosamente por las poblaciones locales, tanto en países en guerra como en paz.
En un artículo escrito para Commonspolis, Arnaud Blin, investigador en historia política, resumía las investigaciones de Séverine Autesserre para presentarnos el increíble caso de la isla de Idjwi ubicada en República Democrática del Congo, que ha logrado mantener la paz en una región sumida en la guerra civil. Hemos querido hablar de forma más extensa con Séverine Autesserre, para explorar con ella nuevas pistas de reflexión en cuanto a seguridad inspiradas en varios estudios de casos por el mundo.
Desde el Congo, pasando por Jerusalén o Colombia, ¿podemos inspirarnos en otros contextos, otras culturas, otras historias para repensar las políticas de seguridad urbana y rural?
¿Cuál es su trayectoria personal y profesional y cómo llegó a trabajar en el caso particular de la isla de Idjwi?
Séverine Autesserre: Llevo 20 años trabajando en la guerra y la paz. Lo que me interesa es comprender cómo las comunidades, los individuos o los países logran construir la paz durante y después de episodios de violencia masiva, es decir guerra civil, guerra internacional, genocidio. Escribí varios libros y unos 30 artículos al respecto. Hasta ahora la mayor parte de mi investigación se ha centrado en lo que no funciona, tratando de responder a preguntas como: «¿Cuáles son los problemas?» «¿Por qué continúa la violencia?» En mi nuevo libro, y en los últimos cinco años, he cambiado completamente de enfoque. Pensé, ahora tengo una idea clara de lo que no funciona, y ahora quiero saber lo que si funciona en la construcción de la paz en zonas de guerra porque es algo increíblemente difícil. Lo interesante es entender por qué hay comunidades, ciudades, pueblos, lugares donde ha sido posible alcanzar un cierto nivel de paz.
Mi último libro – The Frontlines of Peace – se interesa en lo que ha funcionado. Saco las enseñanzas de estas experiencias exitosas para promover la paz y la seguridad en todo el mundo, ya sea zonas de guerra, como el Congo, Colombia, Somalia y Afganistán, o países y comunidades que no se consideran en guerra, como Barcelona, Marsella, Chicago o Nueva York, la ciudad donde vivo.
Así que fue en el marco de esta investigación que me interesé por la isla de Idjwi porque soy más o menos especialista del Congo – llevo 20 años trabajando en el conflicto en la República Democrática del Congo.
¿Qué tiene que enseñarnos la isla de Idjwi en cuanto a gestión de la paz?
Séverine Autesserre: El conflicto del Congo es un conflicto muy importante. Es uno de los conflictos más sangrientos desde la Segunda Guerra Mundial. Aunque no tengamos datos fiables, según las estimaciones, se cree que el conflicto ha causado de 5 a 6 millones de muertes. La última ola de violencia en el Congo comenzó a principios de los años noventa, cerca del final de la dictadura del Presidente Mobutu, quien, sin entrar en detalles, manipuló los intereses étnicos, económicos y de seguridad conduciendo a la guerra. Estoy fechando el inicio de la violencia masiva en 1993, aunque para la mayoría de la gente la primera guerra del Congo se remonta al 1996. Por lo tanto, es realmente un conflicto persistente y sumamente mortal que ha desestabilizado virtualmente toda África Central.
«La construcción de la paz lleva años,
y se hace día a día, todo el tiempo.»
Y en medio de este conflicto, encontré a una isla llamada Idjwi, situada en el lago Kivu, uno de los mayores lagos en el centro de África, a la frontera entre el Congo y Ruanda. Esta isla forma parte de las provincias del Kivu, que es el epicentro del conflicto en la RDC. Es en los Kivus donde ha habido mucha violencia masiva, masacres, y donde la violencia continúa hasta hoy.
Lo fascinante de la isla de Idjwi es que no ha habido violencia durante 20 años, a pesar de estar ubicada en una zona sumamente violenta. En esta isla, los habitantes han logrado mantener la paz y la seguridad. ¡Para mí esto es algo absolutamente fascinante! Y desde entonces he vuelto allá varias veces para ver qué se puede aprender de esta isla.
En el artículo que resume su trabajo, Arnaud Blin explicaba que los comités de consulta y diálogo desempeñaron un papel importante. ¿Es el diálogo el factor central del mantenimiento de la paz? ¿Existen otros elementos que han permitido mantener una isla de paz en medio de los conflictos mortales de la región de Kivu?
Séverine Autesserre: En realidad, el mantenimiento de la paz en Idjwi no depende únicamente de los comités de diálogo o de consulta.
En primer lugar, hay que entender que Idjwi tiene los mismos ingredientes que llevaron a la violencia en el resto del Congo. Primero, está su posición geoestratégica, ya que se encuentra entre dos países que están en guerra. También hay muchas tensiones étnicas, disputas sobre el acceso a los recursos naturales y muchos conflictos locales vinculados a cuestiones de tierras y al poder tradicional. El Estado está ausente y la pobreza es endémica… Y, por último, también hay un contexto donde hay muy poca intervención externa por parte de la operación de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas, por ejemplo, o de las ONG internacionales que intentan restablecer la paz en otras regiones del Congo.
Lo que pude ver en Idjwi es que la paz se debe principalmente a la acción diaria de todxs sus ciudadanxs, e insisto «todxs sus ciudadanxs», porque no sólo son las elites locales sino también los habitantes más pobres y los que no tienen poder. Esto es lo que encuentro fascinante en Idjwi: no es ni el ejército, ni el Estado, ni la policía ni los actores internacionales quienes logran controlar las tensiones, sino los propios miembros de la comunidad que se involucran diariamente para asegurar que las tensiones no evolucionen hacia una violencia colectiva.
Es cierto que encontramos a muchas asociaciones locales de derechos humanos en Idjwi: asociaciones de vecinos, así como sacerdotes muy influyentes quienes, a través de comisiones parroquiales, desempeñan un papel importante en la búsqueda de una solución pacífica al conflicto (nota del autor: de hecho, el Congo es un país católico muy religioso). En general, los habitantes de la isla evitan recurrir a soluciones represivas, como ir a la policía, por ejemplo.
Por lo tanto, la seguridad no se vincula sólo a la existencia de comités de paz, porque también hay dos cosas muy importantes: la primera es lo que los habitantes de Idjwi llaman una «cultura de paz». Cuando hablamos con los habitantes, todos expresan que esta cultura es parte de su identidad y que están muy orgullosos de ella. Me dicen: «Nosotros, somos un pueblo pacífico. No queremos violencia». «Tenemos una cultura de paz, es nuestra cultura.» «No debemos derramar sangre.» Y así es como se distinguen de sus vecinos congoleños o ruandeses. Son valores que inculcan a sus hijos, educándolos para que aprendan a mantener la paz día a día. También transmiten estas normas de cultura de paz a los refugiados o desplazados que huyen del conflicto ambiente y llegan a la isla.
«Lo que pude ver en Idjwi es que la paz se debe principalmente a la acción diaria de todxs sus ciudadanxs, e insisto «todxs sus ciudadanxs», porque no sólo son las elites locales sino también los habitantes más pobres y los que no tienen poder. Esto es lo que encuentro fascinante en Idjwi: no es ni el ejército, ni el Estado, ni la policía ni los actores internacionales quienes logran controlar las tensiones, sino los propios miembros de la comunidad que se involucran diariamente para asegurar que las tensiones no evolucionen hacia una violencia colectiva.»
El segundo elemento que resulta fascinante es que los habitantes se basan en creencias locales muy arraigadas que ayudan a desalentar la violencia tanto dentro como fuera de la isla, mediante el uso por ejemplo de «pactos de sangre». Le llaman pacto de sangre cuando dos personas de familias distintas vierten unas gotas de su sangre en un vaso y lo toman. Este gesto unirá a sus dos familias por un pacto: si se rompe, matando o dañando a un miembro de la otra familia, saben que corren el riesgo de que se les ocurra una desgracia. Como casi todas las familias de la isla están vinculadas por pactos de sangre, en caso de violencia o conflicto, siempre habrá alguien que reaccionará negándose a hacer uso de la violencia contra un miembro de la familia con el que se haya sellado un pacto de sangre.
Los habitantes también tienen creencias en torno a la magia y la brujería. En el siglo XIX, la isla de Idjwi era «la isla de los condenados y los parias», donde, por ejemplo, se enviaban a las chicas que quedaban embarazadas fuera del matrimonio. Desde entonces, la isla es famosa por ser la isla de los más poderosos brujos. En la creencia popular, también se sabe que la protección otorgada por los brujos no siempre es buena, ya que pueden vengarse. Este miedo a las represalias y a atraer la ira de los brujos aún existe hoy en día. Los habitantes toman ventaja de estas creencias para proteger su isla. No sé cuán estratégico sea o si lo hacen porque realmente lo creen, pero es cierto que estas creencias de magia y brujería ayudan a proteger la isla porque los forasteros me han dicho que lo pensaban dos veces antes de atacar la isla.
«En los ejemplos exitosos de construcción de paz que he encontrado, es la misma gente la que ha construido la paz desde abajo y la ha mantenido desde casi 20 años mediante estrategias de base centradas en ciudadanos locales ordinarios.»
Es cierto que los pactos de sangre pueden parecernos exóticos, pero en todos los lugares donde he trabajado, en todas las culturas, he encontrado este tipo de creencias que pueden ayudar a construir la paz, y es claramente uno de los argumentos que planteo en mi libro. También pude observar el papel que la religión puede desempeñar. Se encuentran elementos en los textos religiosos bíblicos, así como en el Corán o la Torá, que sacerdotes, imames y rabinos aprovechan para hablar de paz. De hecho, muchas organizaciones utilizan la religión para promover la paz. Cuando miramos a Martin Luther King en los Estados Unidos, predicaba la no violencia anclando su discurso en la Biblia y los textos religiosos.
También conocemos esos ejemplos de treguas durante las fiestas religiosas, como fue el caso en Afganistán en 2018 entre los combatientes estadounidenses y los talibanes, o en la primera guerra mundial cuando se acercaba la Navidad.
¿Qué otras experiencias de mantenimiento de la paz y de la seguridad local le inspiran?
Séverine Autesserre: En Israel y Palestina o en Colombia, hay ejemplos de pueblos en los que la gente ha construido una cultura de paz desde cero.
Uno de los ejemplos más interesantes es el del pueblo de Wahat al Salam – Neve Shalom – que significa «Oasis de Paz» en árabe y hebreo respectivamente. Este pueblo está ubicado en la Línea Verde, la antigua línea de demarcación entre Israel y los países árabes. La mitad de sus habitantes son árabes israelíes, la otra mitad son judíos israelíes, y viven allí en paz. Cuando se habla con los habitantes del resto del territorio, muchos sienten que están viviendo en una situación de apartheid. Testifican de la violencia que existe en sus comunidades, y de su temor a ser atacados si simplemente van a pasear por barrios judíos o árabes, dependiendo de la comunidad a la cual pertenecen. En una región y un país que sufre diariamente altas tensiones y violencia, un colectivo de ciudadanos ha creado un pueblo desde cero con la idea de demostrar que es posible vivir en paz. Crearon escuelas biculturales y bilingües en las que se enseñan ambos idiomas y la historia de ambos pueblos. Tienen una escuela de la paz donde traen a activistas de toda la región para capacitarlos para la paz. Tienen un centro religioso que acoge ceremonias de todas las religiones: musulmana, judía, católica, protestante o budista, entre otras.
Encontramos la misma lógica en Colombia. En las regiones de conflicto, los habitantes han decidido crear zonas de paz con la consigna: «Vamos a rechazar la guerra. Protegeremos a nuestro pueblo, nuestra comunidad y nuestra familia».
«Es decisivo que la construcción de la paz se haga desde abajo: que cada ciudadano se pregunte cómo puede contribuir a su propio nivel. En Somalilandia, la gente me decía «Es nuestra responsabilidad ayudar a mantener la paz» y eso no significaba ir a la policía para meter a la gente en la cárcel, sino más bien: «¿Cómo voy a encontrar soluciones no represivas, no militares y no violentas?»
También está el caso de Somalilandia, una región autónoma del norte de Somalia, que se distingue claramente del resto del país. En Somalia existe un clima sumamente violento, con la presencia de redes terroristas, ataques semanales, y un Estado conocido por ser el más corrupto y en bancarrota del mundo. Somalilandia es una región autónoma dentro de Somalia, que ha experimentado muy poca violencia y terrorismo, y cuenta con un aparato estatal que funciona bien, servicios públicos decentes e incluso una democracia bastante sólida.
Al analizar estos diferentes ejemplos y las demás zonas de paz, surgen una serie de puntos en común que los vinculan, evitando al mismo tiempo el riesgo de transponer un modelo a otro. Observamos que se trata cada vez de iniciativas de construcción de la paz «desde abajo», en países que, sin embargo, optaron por la tradicional consolidación de la paz «desde arriba», o sea, bajo la dirección de agentes internacionales, centrándose únicamente en las élites.
En los ejemplos que he encontrado, es la misma gente la que ha construido la paz desde abajo y la ha mantenido desde casi 20 años mediante estrategias de base centradas en ciudadanos locales ordinarios.
¿Cómo se establecen estos mecanismos de regulación de la paz? ¿Cuáles son las prácticas culturales y los códigos de paz?
Séverine Autesserre:Depende de los pueblos, los conflictos, los contextos y el tipo de factores de riesgo. No hay respuestas uniformes.
Para generalizar, cuando hay un conflicto o un riesgo, la gente utiliza códigos de conducta o tradiciones locales. Por ejemplo, en San José de Apartadó, Colombia, cuando se ingresa a la comunidad de paz, hay en la entrada un cartel clavado en un árbol que describe las reglas de la comunidad: «No llevamos armas. No damos información a los grupos armados. No cultivamos cultivos ilegales. No bebemos alcohol». Cuando hay un conflicto, y una persona no sigue esas reglas, la comunidad se reúne, trata de hacer entrar en razón a la persona, y si lo hace de nuevo, es expulsada.
En Idjwi, cuando hay un conflicto, suelen involucrarse los mediadores locales o los ciudadanos comunes, yendo a ver a las diferentes familias para convencer a todos de que abandonen la violencia.
«En Francia y en los Estados Unidos, las respuestas se basan en el enfoque «todo represivo». Cuando aparece un problema, nos dirigimos a las élites del poder, los alcaldes, las instituciones. Mientras que las asociaciones de vecinos y los ciudadanos comunes tienen un papel que desempeñar en el mantenimiento de la seguridad.»
Por ejemplo, tomemos la historia de mi asistente de investigación en Idjwi, Kaer, que me contaba que cuando tenía veinte años, había observado que había problemas de violencia, incluida de violencia sexual, con los jóvenes de su pueblo. Su respuesta, y su forma de ayudar a resolver este problema, fue organizar con sus amigos un club de fútbol para ofrecer a los jóvenes una actividad extraescolar interesante y no dejarles a su suerte. Kaer y sus amigos les supervisaban después de la escuela, tratando de darles un buen ejemplo. Y así fue como la violencia en su pueblo disminuyó.
Es decisivo que la construcción de la paz se haga desde abajo: que cada ciudadano se pregunte cómo puede contribuir a su propio nivel. En Somalilandia, la gente me decía «Es nuestra responsabilidad ayudar a mantener la paz» y eso no significaba ir a la policía para meter a la gente en la cárcel, sino más bien: «¿Cómo voy a encontrar soluciones no represivas, no militares y no violentas? “
¿Qué elementos de estas experiencias cree que puedan ser compartidos con otras comunidades? ¿Qué consejos o propuestas cree que serían útiles para mantener la seguridad en las ciudades o pueblos?
Séverine Autesserre: Entre estos aprendizajes, me quedo con ocho ideas principales:
- Prestar atención a las cosas que funcionan para aprender de estas experiencias (en vez de centrarse en los problemas) es un primer punto de entrada.
- Abordar los problemas tanto desde abajo como desde arriba. En Francia y en los Estados Unidos, las respuestas se basan en el enfoque «todo represivo». Cuando aparece un problema, nos dirigimos a las élites del poder, los alcaldes, las instituciones. Mientras que las asociaciones de vecinos y los ciudadanos comunes tienen un papel que desempeñar en el mantenimiento de la seguridad.
- Confiar en las personas de la comunidad que conocen la situación, el contexto, los habitantes. El reflejo de apoyarse en personas externas para regular los conflictos suele llevar al fracaso. Por ejemplo, en Nueva York, se recluta a gente de barrios privilegiados para resolver problemas en el Bronx. Cuando en realidad, las personas que forman parte de la comunidad, incluyendo las víctimas y los actores de la violencia, son las que tienen la legitimidad, las redes y el conocimiento necesario para construir la paz en su propia comunidad. Las soluciones traídas de fuera pocas veces funcionan.
- Tener en cuenta la especificidad de cada modelo. No hay modelos estándar para la construcción y la intervención de la paz.
- Planificar a largo plazo. Muchos de los intentos de resolución de problemas de seguridad son a muy corto plazo: son proyectos que se piensan a lo largo de 6 meses, 1 año o 2 años. La construcción de la paz lleva años, y se hace día a día, todo el tiempo. En Somalilandia, la gente solía decir: «Construimos la paz a finales de los años 90, pero desde entonces hemos estado trabajando en ella día a día porque sabemos que la paz es frágil. Si nos detenemos, sabemos que la violencia podría volver a empezar.”
- Actuar porque el diálogo no es suficiente. Todas las experiencias exitosas que he visto, tanto en los Estados Unidos, en Francia como en el Congo, muestran que además del diálogo ha habido logros concretos. Por ejemplo, las asociaciones que trabajan la violencia de las pandillas en los Estados Unidos y el Reino Unido (como Gangsline y Cure Violence) están llevando a cabo proyectos muy concretos además del diálogo: enseñan a antiguos miembros de pandillas oficios basados en habilidades no violentas o les ayudan a deshacerse de sus tatuajes. O también, en el contexto de los conflictos por la tierra entre agricultores y ganaderos en zona de guerra en el Congo, los caminos de la trashumancia han sido concertados y co-construidos por agricultores y ganaderos.
- Saber combinar flexibilidad y adaptabilidad. Tener presente que es poco probable que el plan para mantener la seguridad funcione, y que uno deberá ser flexible y responder a las necesidades a medida que surjan para poder adaptarse.
- Involucrar a los habitantes en la definición y arbitraje de los valores y derechos que rigen su sociedad. A menudo existe esta tendencia que deja creer que «todas las cosas buenas van juntas» (ndt: package deal en inglés). Así que promoveremos tanto la paz, la democracia como la justicia. Mientras observamos las tensiones en la realidad: estas nociones chocan, estos principios pueden perjudicarse. Por ejemplo, la libertad de expresión es un valor muy importante en la sociedad estadounidense, sin embargo, impone límites cuando se trata de incitar al odio. Y son las personas que van a vivir con las consecuencias de una decisión las que tienen que tomar esas decisiones; hay que evitar que decisiones estén impuestas por personas ajenas, autoridades o expertos.
Esta entrevista fue realizada en francés por Averill Roy fue traducida al castellano por Flore Garcia Bour. Puede leer aquí la versión original en francés.
The Frontlines of Peace is available in (and will soon hopefully be published in French and Spanish).The Frontlines of Peace» está disponible en inglés (y esperamos que pronto se publique en francés y español)
Encontrará varios artículos que presentan el trabajo de Séverine Autesserre :
- Séverine Autesserre: Why the way we make peace needs to change
- Here’s what Congo can teach the world about peace
- http://www.severineautesserre.com/research/the-frontlines-of-peace/